jueves, 1 de marzo de 2018

SOMBRA NUNCA FUE




UNA MUJER FANTÁSTICA

2017. Dir. Sebastián Lelio.





         Marina Vidal (Daniela Vega, estupenda, expresiva, adorada por la cámara) es una mujer transgénero. La conocemos cantando en un bar donde la espera su amante, el comerciante Orlando (Francisco Reyes) quien la lleva a cenar a un restaurante porque es su cumpleaños. Ahí le entrega un “vale” por dos boletos a las Cataratas de Iguazú. Le dice que ha perdido el sobre donde los llevaba pero que saldrán en diez días. Esa noche, luego de hacer el amor, Orlando se siente mal. Marina lo lleva al hospital (aunque antes el hombre cae por las escaleras) y ahí muere por un aneurisma. La mujer, entonces, sufre las consecuencias de su pérdida: el reclamo del hijo de Orlando, la humillación por la ex esposa, la vejación por una inspectora de la policía, haciéndole el perder el rumbo. Tendrá que degradarse, tocar fondo, para luego comprender e intentar su redención: una nueva vida, el cierre del pasado y del gran amor.


La felicidad
El cierre


         Siempre en pantalla, con la cámara recorriéndola, mostrándola sola o frente al espejo, humillada y ofendida, sospechosa porque huyó desesperada del hospital cuando el cuerpo de su amado tenía los golpes de la caída, nombrada como “quimera” por la ex esposa donde puede tomarse cualquiera de los dos significados al insultarla (“un ente monstruoso conformado de varias partes animales”) o reprobarla (“un sueño o una improbable ilusión que se persigue aunque sea imposible de realizar”), vejada por la inspectora que ordena un examen físico que la desnuda aunque resulta claro que es una persona transgénero, suavemente regañada por su maestro de canto escandalizado por desperdiciar su don en bares ligeros, Marina se encuentra en un punto de baja estima, contenida desesperación, excluida de la comprensión de un ser que la amaba.


Siempre en pantalla: expresiva
La cámara la muestra vulnerable



         La cinta nos lleva a la realidad social con sus políticas de discriminación a pesar de los discursos y los anhelos de igualdad (una ex esposa que no entiende quién podría fijarse en un hombre que se viste como mujer; el hijo del difunto que le llama “maricón de mierda”). Marina canta un aria que la define en el momento de confusión (“Sposa son disprezzata”: esposa soy despreciada), antes de degradarse asistiendo a un bar gay para hacerle una felación a cualquier tipo y luego, metafóricamente, convertirse en bailarina de cabaret, frívola e indiferente; un fuerte viento la dobla e inclina pero ella permanece de pie. Es el proceso de duelo, de descenso al infierno, de no encontrar una respuesta a su destino.


La metáfora frívola
El viento la inclina sin tumbarla



         Y sin embargo, la mirada será triunfal. Marina ha sido “acosada” por la imagen idealizada de su amado. Deberá haber un cierre. Tendrá que darse la resurrección de su alma. Al hablar del personaje transgénero, el realizador Lelio ofrece un cruel pero aleccionador y respetuoso viaje alrededor del ser humano que es congruente consigo mismo y que logra vencer al miedo, la amenaza, la agresión que rodea a cualquiera que resulta diferente y es rechazado. Por eso la cámara sigue todo el tiempo a Marina, la refleja, la muestra vulnerable y decidida. Finalmente puede expresarse con otra aria cuyas palabras base la definen: “Ombra mai fu”: sombra nunca fue. Queda el gran amor que se vivió: surge la esperanza.

Sebastián Lelio, luego de "Gloria" sobre la mujer
de mediana edad, ahora ofrece el retrato
de otra fantástica y plena fémina