GREEN BOOK:
UNA AMISTAD SIN FRONTERAS
(Green Book)2018. Dir. Peter Farrelly.
Peter
Farrelly, mitad de la dupla de hermanos que nos dieron comedietas tan vulgares y
repulsivas como Loco por Mary o Una pareja de idiotas (que parecía ser
una referencia para ellos mismos) ahora, en solitario, desea redimirse con una
cinta de aliento, enaltecedora de la fraternidad humana. Para ello se basa en
una historia de la vida real donde el pianista Don Shirley contrató al violento
portero de centro nocturno Tony para que fuera su chofer y, prácticamente, su
guardaespaldas durante una gira que realizó en 1962 por los estados sureños, o
sea, racistas.
Es otro
retorno al mismo discurso ya gastado sobre los prejuicios de antaño que dieron
lugar a la lucha por los derechos civiles. Ya sabemos que habrá desprecio por
parte de los blancos: algún policía abusivo, la negación de acceso a un
restaurante exclusivo o hasta a un retrete interior en la mansión de algún
admirador cuyos principios eran más fuertes que el sentido humano. Don Shirley fue
una eminencia en su género jazzístico, frustrado por no haber seguido dentro de
la música clásica. Su personalidad era exquisita, letrada, elegante. El
contraste con el rústico Tony dio lugar a que paulatinamente se fueran
entendiendo: cada uno compartiendo sus realidades y, el mensaje de la cinta, mejorándose
entre ellos mismos. La cinta muestra el proceso de unión y el cambio de
actitudes de personas separadas por clase y raza cuyos estatus eran
contrastantes en distintos polos del país. Sin embargo, no profundiza: hay una
escena que muestra la homosexualidad de Shirley que queda solamente en el aire,
sin que se elabore sobre su inclinación, ni sobre otras situaciones. Fue una historia real y aquí tenemos la versión dulcificada, quizás porque uno de los productores y guionistas es el hijo del verdadero Tony.
Es el
retorno a la trama bonita donde el personaje considerado “menor” tiene gracia,
talento y cualidades pero se le hace menos por la tradición y el sentido de
superioridad supremacista y discriminadora: volvemos a los tiempos de ¿Sabes quién viene a cenar? (Kramer, 1967)
donde el novio negrísimo de una chica blanquísima era una eminencia médica, provocando la
desazón inicial de los padres de la muchacha. La película destaca por las
actuaciones: Viggo Mortensen, gordo y descuidado, da vida al pedestre chofer
que va dándose cuenta del valor de su empleador hasta que llega a la
admiración. Por su parte, Mahershala Ali, excelente en otras películas, aquí se
desborda y sobreactúa como afroamericano de clase y posición que se da cuenta
de su inestabilidad emocional por no saber cómo manejar la fascinación que crea
como artista al mismo tiempo que la negación vivida por motivo de su raza. Mención aparte merece la simpática Linda Cardellini como la esposa sumisa pero comprensiva de Tony.
Por esto la
cinta atrapa al espectador habituado al mensaje obvio, predigerido, pero
termina siendo otra pieza chantajista y repetitiva, alejada de, por ejemplo, El infiltrado del KKKlan, donde la
finalidad era derrotar y humillar al feroz y dogmático defensor de su raza: aquí está presente la lástima. Tal
vez por los odios que han proliferado en los Estados Unidos en los dos últimos
años sea el motivo de que se busquen este tipo de temas para hacer comprender
que todos somos seres humanos y se debe buscar la convivencia. Esto es lo que
otorga premios sin pensar que es tema de moda, edificante pero engañoso, sobre todo con un director tan superficial y presuntuoso como Farrelly.