sábado, 11 de septiembre de 2010

LA TRAGEDIA FRAGMENTADA



VAHO
2008. Dir. Alejandro Gerber Bicecci.







Felipe (Aldo Estuardo), encargado de un cibercafé que se entromete en las cuentas de correo de la muchacha que le gusta;





Andrés (Roberto Mares), aspirante a matachín, ayudante y cuidador de un padre alcohólico que también es plomero;









y José (Francisco Godínez), empleado en la fábrica de hielo de su padre quien desea independizarse como “trapero” callejero, son tres jóvenes que viven en Iztapalapa. Compañeros de primaria, se reencuentan para que el pasado los confronte nuevamente y les permita expiar culpas.

"Vaho", ópera prima en largometraje de su director, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, es un brillante ejercicio de estilo que juega con la narración fragmentada en el tiempo. Inicia en 1964 donde se muestra a una pareja: una joven prostituta y el chofer de un camión de hielo que llegan a la inmediación de un inmenso lago seco (el vaso de Texcoco) donde tendrán un coito apresurado. Ella se bajará del vehículo para curiosear un rato y luego, escuchar el llanto de un niño varón. Lo encuentra sobre el cadáver de su madre y se queda con él, dándole el nombre de su amante.

Corte al tiempo actual donde conocemos a los personajes mencionados y a las personas que les son cercanas: para Felipe es una madre empalagosa y una cliente que le gusta; para José es una muchacha que fue su amiga y ahora es amante; para Andrés es simplemente su padre que le preocupa, al grado de llevarle a un chamán para que lo cure.

La película hace referencia al Popol Vuh cuando los dioses crearon al hombre de maíz que era tan perfecto que le impusieron vaho sobre los ojos para que no pudiera ver con claridad y de esta manera evitar su superioridad hacia ellos. La metáfora es obvia y se reitera con estos personajes enceguecidos por la culpa o por el dolor cotidiano. Felipe trae consigo una tragedia indirecta; José vive ante el anhelo de la miseria mayor que la usual; Andrés no puede lograr que el padre se rehabilite ni olvidar al personaje femenino que fue crucial en su vida.

La excelencia de “Vaho” reside en la fuerza de sus tres desconocidos y nada ortodoxos intérpretes. Un trío de jóvenes actores con rasgos indígenas o toscos y sin atractivo: seres comunes y corrientes como los que se ven cotidianamente, alejados de la imagen estelar. Se refuerza con una narración que juega con el pasado, presente, pasado para ir atando cabos y de esta manera redondear la historia. Con espléndida fotografía (que intercala la celebración de la pasión en Iztapalapa sin que se confunda con la filmación específica de la cinta) y una edición inteligente, con continuidad y ritmo, que permite ciertas elipsis para evitar el tedio y la inutilidad de las largas secuencias acostumbradas por directores estúpidos como Carlos Reygadas o Amat Escalante, “Vaho” es una cinta que da idea del verdadero cine mexicano que se anhela. El que nos habla de idiosincracia, de obsesiones, de temas que son cercanos a nuestra realidad sociopolítica sin caer en panfleto ni discurso. Donde pasado sirve como referencia o explicación del amargo presente sin quedarse solamente en lo anecdótico.

La cercana visión de “Perpetuum Mobile” (Parada, 2009) con este “Vaho” (2008) finalmente distribuido, nos da la razón que entre la inmensa cantidad de productos inanes e inservibles que nos estrenan de la producción mexicana, hay películas que le dan sentido al como medio de expresión y no solamente como pretexto para jugar con una cámara (y luego dar pena ajena al ganarse premios y arrodillarse ridículamente como los regiomontanos nacos en la entrega del último Ariel cuando lo que deberían es temblar ante la responsabilidad).

No dejen de verla. Estará la semana entrante (del 14 al 19 de septiembre) en Cineteca Nuevo León con su espléndida proyección, clima y las mejores palomitas de todos los cines de Monterrey (y no me dan comisión por esto, conste).