sábado, 18 de septiembre de 2010

LOS JUNIORS DE HOY


JUEGOS INOCENTES
2007. Dir. Adolfo Martínez Orzynski.


La ópera prima del nieto de Gilberto Martínez Solares lo inscribe dentro de la tradición Galindo, Cardona, Gazcón, que había asolado a la industria fílmica nacional, perpetuando dinastías aunque sin mejoras creativas, en los años ochenta. Usualmente, de la calidad de los abuelos la costumbre residía en la decadencia generacional y aquí no se aplica excepción alguna.

La cinta se inscribe dentro del género de los “reventones” juveniles (en pareja o en grupo). Ya fueran tan vulgares como asépticos (para nuestros ojos actuales) desde los años cincuenta ( “Juventud desenfrenada”, “Estos años violentos”) para llegar a las inofensivas “orgías” de la década siguiente ( “Los jóvenes”, “La edad de la violencia”, “Los juniors” , precisamente) o con mayor audacia en los setentas (“Fin de fiesta”, “El reventón”, “Las reglas del juego” o la singular “La fuerza inútil”), el hecho es que ya son un estereotipo que no escandaliza.

Con argumento del productor Luis Bekris (y otros dos ilustres desconocidos) con larga carrera en el cine mexicano (podemos ubicarlo desde “La chamuscada” y “La mansión de la locura” hasta “El vampiro teporocho” y muchos títulos más), tenemos a un grupo de muchachos, estudiantes de preparatoria, donde la mayoría son adinerados (uno de ellos vende droga; otro es el paria) que van de fin de semana a la casa de uno de ellos, Armando (Ignacio Riva Palacio, queriéndose parecer a Gael todo el tiempo), cuya gran finalidad es acostarse con la chica virgen que le gusta, Ana (Abril Reyes: la única de las actricitas que tiene bello rostro). Lo demás es alcohol, drogas, sexo. Sus vecinos son un tipo perverso y voyeurista (José Alonso) casado con una mujer a la cual desprecia (Lourdes Munguía); además, una pareja de viejos homosexuales: un senador (Ramón Menéndez) y Coco (Miguel Coutourier).

La trama mete elementos esperados: uno de los jóvenes va en moto con su novia a comprar comida y sufren un accidente. Llega la policía que le encuentra un carrujo de marihuana. Debe llamar a Armando para que le ayude a sobornar a los policías y lo interrumpe en el momento en que estaba a punto de tener relaciones sexuales con Ana a la cual deja drogada en la cama, mientras otro de los jóvenes coloca una cámara de video para filmar lo que deberá suceder después. Mientras Armando anda fuera, sus amigos siguen drogándose y causando desmanes en el lugar. El vecino aprovecha el momento para ir a violar a Ana, la cual había sido toqueteada previamente por otro de los jóvenes. Ahí está la cámara de vídeo…

Hay muchos detalles suprimidos que no valen la pena de elaborar porque en realidad no hay mucho para ello. Las psicologías de los jóvenes están prefabricadas: de pronto se odian y luego se aman y llegan al coito o prefieren no hacerlo. La droga permite que las represiones salgan a flote. Los personajes laterales no están bien dibujados y aceptamos al “mirón” por lo que sale en pantalla y porque su mujer le llama “perverso” sin mayores antecedentes. No es el tipo de cinta redonda que da lugar a aceptar elipsis narrativas, porque, al contrario, en otras situaciones habla mucho de otras cuestiones sin importancia. Las dosis de suspenso no están equilibradas y las cosas suceden porque debe haber una manera de terminar la película que inicia con parte de la escena final que luego ofrece otra mínima sorpresa.

Luego está el elenco juvenil. Muchos de los integrantes estaban haciendo su primer papel. Las muchachas aparecen con poca ropa y llegan a la desnudez gratuita. Los jóvenes son más púdicos, pero lo que es un denominador común es su fealdad (en la foto al lado está el desagradable Alberto Reyes, quien interpreta al joven reprimido). Ninguno de ellos alcanza a tener los mínimos atributos que conforman a un galán o una estrellita de Azteca o Televisa. Lo que sería cualidad en otro tipo de cinta, aquí decepciona porque se nota que la única búsqueda de atención hacia el público potencial era el morbo.

Aparece Ignacio Guadalupe como uno de los policías corruptos (y ese será el elemento más positivo del elenco adulto, incluyendo a Menéndez, en su última cinta antes de fallecer). Una película de 90 minutos de duración se eterniza de manera agobiante y llega a aburrir, lo que no habla bien del nieto del regiomontano Martínez Solares: pero, bueno, seguramente seguirá adelante porque pertenece a los restos y estertores de la “industria fílmica mexicana” (Cardona III, Galindo Jr., etc.).