martes, 4 de enero de 2011

30 AÑOS DE PACHANGA

para Edgardo Reséndiz, con nostalgia y amistad

LA PACHANGA
1981. Dir. José Estrada.


José Estrada (1938 – 1986)

fue director de teatro antes de tener la oportunidad de asistir a Jorge Fons en su cortometraje “La sorpresa” incluido en la cinta de episodios “Trampas de amor” (1968). Los mismos productores de esta cinta que eran dueños de Cinematográfica Marte (Mauricio Walerstein y Fernando Pérez Gavilán), compañía que permitió el debut de nuevos realizadores en la industria durante la segunda mitad de los años sesenta, le apoyaron en su primera experiencia como director de un cortometraje (“Rosa”) incluido en otra cinta conformada por episodios “Siempre hay una primera vez” (1969).














Inició así una carrera que estaría conformada por dieciséis largometrajes producidos y exhibidos por compañías industriales que irían desde la expresión personal y su gusto por la crítica social (en el estilo del cine urbano de Alejandro Galindo) como “Cayó de la gloria el diablo” (1971) o “El profeta Mimí” (1972) hasta obras de encargo como “Uno y medio contra el mundo” (1971) y “El albañil” (1974) o cintas con los personajes de Pepito y Chabelo, con la ventaja de que estaban realizadas con gusto y talento porque no se puede calificar a Estrada de mediocre ni de mal narrador. Sus películas pueden tener diversos niveles de calidad pero ninguna es aburrida o incorrecta.

En 1981, con la producción de Rogelio Agrasánchez, cuyas cintas eran usualmente melodramas rancheros, comedias cabaretiles y algunas de luchadores, filmadas con ínfimos presupuestos, casi a destajo por diversos realizadores, José Estrada logró, quizás accidentalmente, una de sus más deliciosas comedias con tono satírico-social y crítica a los eventos significativos en la vida del mexicano: la fiesta de quinceañeras (como lo había tratado lateralmente en su primer largometraje “Para servir a usted”) y los momentos de velación en funerales. Me refiero a “La pachanga”



Hay un edificio de departamentos en la Ciudad de México por la Viaducto Piedad. En cada uno de ellos habitan familias particularísimas: Un boxeador de segunda (Noé Murayama) con esposa sensual (Claudia Islas)
que tienen una sirvienta (Patricia Rivera); un detective (Gregorio Casal) y su esposa resignada (Elsa Cárdenas), cuyos hijos consisten de un joven (Óscar Bonfiglio), una niña muy despierta (Lolita Cortés) y otro niño; los padres (Jorge Patiño y Carmelita González) de una quinceañera muda (Anaís de Melo); un comerciante judío (Sergio Jiménez) casado con una beata católica (Ana María de Panamá) que son padres del chambelán de la quinceañera (Roberto Huicochea); un taxista (Alejandro Ciangherotti Jr.) que vive con su esposa (Julissa)
y su suegro confinado a silla de ruedas (Mario del Mar). Alrededor de ellos hay un carnicero (José Chávez Trowe), un peluquero (Gerardo del Castillo), un sastre borracho (Mario Zebadúa), entre otros secundarios.

La trama consistirá en narrar lo que acontece un fin de semana que culminará con la fiesta de los quince años e, inesperadamente, el velorio del suegro del taxista, muerto por haber quedado expuesto a la intemperie en el balconcito de su departamento. La primera constante de comportamiento estriba en los aspectos sexuales a través de la infidelidad consumada (el detective se acuesta con la sensual) o pensada (la mayoría de los hombres sueñan con la sensual); por otro lado está el joven adolescente que empieza a explorarla (el hijo del detective con sirvienta) o la quinceañera que resulta embarazada para luego enterarnos que el responsable fue el hijo del comerciante judío. Otro aspecto residirá en la descripción del gran evento social con sus rituales: el ensayo del bailable, los vestuarios de los involucrados, las mujeres en el salón de belleza y el momento en sí; simultáneamente, de manera inesperada, ocurre el velorio del padre de la mujer del taxista con la gente que va a dar el pésame, la llegada de los arreglos florales, las confusiones.

A través de estos puntos clave están las intrigas melodramáticas o cómicas: la hija pequeña del detective vive metiéndose en todo, escuchando por los rincones, viendo lo que acontece en cada recoveco, contando ingenuamente los chismes que se transmiten en privado a través de palabras textuales que en su boca son inocentes. La mujer beata compra carne de puerco que al deshebrar hace pasar como pollo a su marido. La mujer del taxista no entiende los albures que le lanza el carnicero. El suegro, al morir en su silla de ruedas y ser encontrado hasta la mañana siguiente, ha quedado casi petrificado por lo que está sentado como otro doliente en el funeral mientras que el ataúd permanece vacío. El boxeador pierde una pelea y se emborracha porque su mujer lo ha amenazado con abandonarlo. El detective desiste a la hora de la verdad en abandonar a esposa e hijos por la vecina sensual quien se da cuenta que en realidad está bien y no le falta nada junto a su marido.

Estrada aprovechaba el habla popular además de explicar a sus personajes por medio de gestos, escenografía y vestimenta. Aunque sea una producción pobre, la película se siente redonda gracias a los peinados, los vestuarios, los muebles de cada departamento que dicen mucho sobre los personajes y dan mayor sentido a la trama. La filmación en espacios limitados y sobre escaleras que conectan pisos es magistral (el fotógrafo fue el experimentadísimo Rosalío Solano).Y uno de los aspectos destacables es el reparto perfecto. Constituido por nuevas y viejas glorias de nuestro cine permitió disfrutar de otras facetas de actrices como Julissa o Carmelita González; el descubrimiento de un talento infantil que, por desgracia, ya no sería explotado por el cine, o sea Lolita Cortés. Tampoco sucedería con los jóvenes como Bonfiglio o Huicochea. Claudia Islas (quien había aparecido en el primer largometraje de Estrada) estaba en el estereotipo adecuado, lo mismo que el fortachón Casal ya rumbo a la cincuentena.

En este 2011 serán treinta años de la filmación de “La pachanga” y, por desgracia, también, un cuarto de siglo desde que nos abandonó, prematuramente, el realizador Estrada. El cine que nos dejó trae recuerdos de una etapa productiva y de apertura en el cine mexicano. Luego habría otras dificultades, mas aún entre ellas, y con obras menores (como “Ángela Morante ¿crimen o suicidio?” y “Pum”, o el encargo de Televicine “Ángel del barrio”), lograba resaltar su discurso, su preocupación por retratar características propias, palpables, explicativas del ser mexicano.