viernes, 7 de septiembre de 2018

GRISES Y CLAROSCUROS


EL SILENCIO
(Tystnaden)
1963. Dir. Ingmar Bergman.



         Dos hermanas: la voluptuosa Gunnel Lindblom exaltando su carnalidad como Anna y la fría e intelectual Ingrid Thulin en equivalencia con mente. cerebro e inteligencia como Ester, viajan por tren junto con el pequeño Johan (Jörgen Lindström), hijo de la primera, a un ficticio país de la Europa Central que se encuentra al borde de la guerra, ya que hay tanques militares por las calles. Su relación es tirante, según se nota en la actitud de Anna, y todo explotará en el par de días que pasen en el cuarto de hotel de la inexisente ciudad de Timoka donde se habla un extraño idioma que ni siquiera la traductora Ester conoce , fuera de unas palabras. Ester, además, se encuentra enferma. Anna, por su parte, sufre del calor que impera, se baña, duerme con ventilador. Dentro y fuera de esta habitación, el pequeño Johan tomará una siesta o dibujará para matar el rato antes de deambular por los pasillos del hotel, donde tendrá un inesperado encuentro con un grupo artístico conformado por siete enanos españoles, compartirá un chocolate con el camarero del piso (Häkan Jahnberg) que come y está alerta de los requerimientos de los huéspedes dentro de un mínimo cuartucho, además de mostrarle unas extrañas fotos familiares de infancia al lado del ataúd de un pariente. Anna saldrá a pasear: entrará a un bar donde un mesero (Birger Malmsten) flirteará con ella, será espectadora de una pareja que hace el amor abiertamente para finalmente caer en los brazos del hombre. Ester tendrá una confrontación con su hermana donde surgen rivalidades del pasado, pequeños enconos, hartazgo de Anna por los juicios de Ester que darán lugar a una crisis respiratoria en ésta y el abandono de Anna, quien parte junto con su hijo dejándola sola.


         Como parte de la trilogía de la pérdida de fe, el silencio de Dios, la dificultad de la comunicación humana, El silencio confirma y se erige, cincuenta y cinco años después de su estreno, en obra maestra que refleja la ausencia de compasión así como el contraste entre cuerpo y alma (carne y espíritu) que se contraponen, discuten y cada cual sigue sus características y naturalezas. El cuento moral entra en otra dimensión: el bien y el mal ya no son maniqueos: es una lucha de grises y claroscuros. Hay un testigo inocente que se mueve entre los dos polos y que tendrá el albedrío para seleccionar el camino a seguir, aunque eso ya quedará en el imaginario del público una vez que la cinta termina. El pequeño Johan, dentro de su pureza, viene a catalizar el estallido emocional que pondrá al descubierto la ira contenida, el reclamo reprimido. El hecho de que Bergman instale a sus personajes en un país ficticio con lengua desconocida habla de este silencio funcional, aparte de romper el silencio amargo para luego retornar a la soledad.


         El maestro Bergman ya se encontraba en una etapa evolucionada en su discurso. Luego de una comedia sobre la deliciosa infidelidad, las alegorías medievales o las reflexiones sobre la muerte, entraba de lleno en las relaciones interpersonales: el infierno de dos. A través de un espejo oscuro (1961) y Luz de invierno (también conocida como Los comulgantes, 1963), Bergman se interesó por estos ámbitos de la pareja con sus limitantes y contradicciones, sus odios y sus amores, que alcanzará el punto álgido en Persona (1966) y sus siguientes películas.


         El silencio significó también el escándalo. Para su tiempo, la cinta era bastante audaz al presentar una masturbación femenina, una pareja que hacía el amor, mujeres con pechos desnudos, posiciones muy eróticas, que para los ojos del siglo XXI (cuando tenemos producciones profesionales con escenas sexualmente explícitas y la pornografía instantánea a través de un click de computadora) resultan momentos ridículos pero que en ese año provocó censuras en algunos países y prohibiciones en otros, como fue el caso con México. La película se pudo exhibir a través de cineclubes, en copias de 16 mm, hasta ya entrado el sexenio del echeverriato. Es ahora que se está proyectando en salas comerciales, debido a la celebración del centenario de Bergman, que ha sido posible disfrutarla en copia restaurada y completa. Pero…


         Sin embargo, fuera de este placer personal que ahora comparto, se comprueba algo que es evidente para esta líquida modernidad: a nadie le importa. Según va pasando el tiempo, se está agotando la generación de los baby boomers que crecimos con la televisión primitiva, en blanco y negro, y fuimos cinéfilos de pantalla grande, con todas las limitaciones de distribución y censura. En la actualidad, al disponerse de tecnología que permite acceder al cine del pasado, de manera discriminatoria, aleatoria y entrópica, por teléfonos, laptops, tablets, etc..., es bastante relativa la exhibición en “pantalla grande”. Los nuevos y jóvenes cinéfilos que se interesan por las películas del pasado las “bajan” del internet. Usualmente están dobladas al español, en copias infames, que miran a través de su accesorio porque ya no se usan las reproductoras de vídeos. No poseen una sistematización histórica ni cronológica ni tienen idea de las constantes cinematográficas, ideológicas, temáticas, de directores. Carecen de los datos que solamente consiguen a través de Wikipedia y se vuelven repetidores de frases y estereotipos de otros jóvenes o influencers cuyo bagaje y conocimiento resulta ser el mismo de ellos, con dudosas referencias. Por supuesto que estoy generalizando, pero las excepciones, por desgracia, son pocas. El público actual consume “lo nuevo” con una rapidez que no permite la reflexión ni la permanencia. La crítica no es tomada en cuenta (porque se ha vulgarizado) y se confunde con estrellitas o una respuesta de sí o no, sin mayores implicaciones.


         E insisto con la paradójica frase de “a nadie le importa” ya no solamente con el espectador, sino con el propio distribuidor. Al menos se proyectan las películas de Bergman en un ciclo retrospectivo, pero están en dos salas, los sábados y domingos ¡a las once de la mañana! Además, hay otra exhibición que se agradece, más razonable, los jueves a las 8 de la noche. Mi experiencia con Persona fue un jueves donde solamente estuvo una pareja aparte de quien esto escribe. Mi siguiente ocasión con El silencio ya fueron dos parejas y otro ser solitario, por lo que de tres pasamos a seis espectadores: ¡doblamos la asistencia! En una sala de 300 butacas pasamos del 0.01% al 0.02%. A nadie le importa, pero al menos se exhiben ya que somos ciudad “importante”, valga la redundancia.

Para quienes tengan interés:
En Cineteca Nuevo León se logró que pudieran pasarse estos títulos con las limitaciones que el propio espacio tiene por estar dentro de Parque Fundidora y en horarios que les dan otras oportunidades relativas a estas excelentes copias. Consulte la cartelera en www.conarte.org.mx