EL SILENCIO
(Tystnaden)1963. Dir. Ingmar Bergman.
Dos hermanas: la voluptuosa Gunnel Lindblom exaltando su
carnalidad como Anna y la fría e intelectual Ingrid Thulin en equivalencia con
mente. cerebro e inteligencia como Ester, viajan por tren junto con el pequeño
Johan (Jörgen Lindström), hijo de la primera, a un ficticio país de la Europa
Central que se encuentra al borde de la guerra, ya que hay tanques militares
por las calles. Su relación es tirante, según se nota en la actitud de Anna, y
todo explotará en el par de días que pasen en el cuarto de hotel de la
inexisente ciudad de Timoka donde se habla un extraño idioma que ni siquiera la
traductora Ester conoce , fuera de unas palabras. Ester, además, se encuentra
enferma. Anna, por su parte, sufre del calor que impera, se baña, duerme con
ventilador. Dentro y fuera de esta habitación, el pequeño Johan tomará una
siesta o dibujará para matar el rato antes de deambular por los pasillos del
hotel, donde tendrá un inesperado encuentro con un grupo artístico conformado
por siete enanos españoles, compartirá un chocolate con el camarero del piso
(Häkan Jahnberg) que come y está alerta de los requerimientos de los huéspedes
dentro de un mínimo cuartucho, además de mostrarle unas extrañas fotos familiares
de infancia al lado del ataúd de un pariente. Anna saldrá a pasear: entrará a
un bar donde un mesero (Birger Malmsten) flirteará con ella, será espectadora
de una pareja que hace el amor abiertamente para finalmente caer en los brazos
del hombre. Ester tendrá una confrontación con su hermana donde surgen
rivalidades del pasado, pequeños enconos, hartazgo de Anna por los juicios de
Ester que darán lugar a una crisis respiratoria en ésta y el abandono de Anna,
quien parte junto con su hijo dejándola sola.
Como parte de la trilogía de la pérdida de fe, el silencio
de Dios, la dificultad de la comunicación humana, El silencio confirma y se erige, cincuenta y cinco años después de
su estreno, en obra maestra que refleja la ausencia de compasión así como el
contraste entre cuerpo y alma (carne y espíritu) que se contraponen, discuten y
cada cual sigue sus características y naturalezas. El cuento moral entra en
otra dimensión: el bien y el mal ya no son maniqueos: es una lucha de grises y
claroscuros. Hay un testigo inocente que se mueve entre los dos polos y que
tendrá el albedrío para seleccionar el camino a seguir, aunque eso ya quedará
en el imaginario del público una vez que la cinta termina. El pequeño Johan,
dentro de su pureza, viene a catalizar el estallido emocional que pondrá al
descubierto la ira contenida, el reclamo reprimido. El hecho de que Bergman
instale a sus personajes en un país ficticio con lengua desconocida habla de
este silencio funcional, aparte de romper el silencio amargo para luego
retornar a la soledad.
El maestro Bergman ya se encontraba en una etapa evolucionada
en su discurso. Luego de una comedia sobre la deliciosa infidelidad, las
alegorías medievales o las reflexiones sobre la muerte, entraba de lleno en las
relaciones interpersonales: el infierno de dos. A través de un espejo oscuro (1961) y Luz de invierno (también conocida como Los comulgantes, 1963), Bergman se interesó por estos ámbitos de la
pareja con sus limitantes y contradicciones, sus odios y sus amores, que
alcanzará el punto álgido en Persona
(1966) y sus siguientes películas.
El silencio significó
también el escándalo. Para su tiempo, la cinta era bastante audaz al presentar una
masturbación femenina, una pareja que hacía el amor, mujeres con pechos
desnudos, posiciones muy eróticas, que para los ojos del siglo XXI (cuando
tenemos producciones profesionales con escenas sexualmente explícitas y la
pornografía instantánea a través de un click de computadora) resultan momentos
ridículos pero que en ese año provocó censuras en algunos países y
prohibiciones en otros, como fue el caso con México. La película se pudo
exhibir a través de cineclubes, en copias de 16 mm, hasta ya entrado el sexenio
del echeverriato. Es ahora que se está proyectando en salas comerciales, debido
a la celebración del centenario de Bergman, que ha sido posible disfrutarla
en copia restaurada y completa. Pero…
Sin embargo, fuera de este placer personal que ahora
comparto, se comprueba algo que es evidente para esta líquida modernidad: a nadie le importa. Según va pasando el
tiempo, se está agotando la generación de los baby boomers que crecimos con la televisión primitiva, en blanco y
negro, y fuimos cinéfilos de pantalla grande, con todas las limitaciones de
distribución y censura. En la actualidad, al disponerse de tecnología que
permite acceder al cine del pasado, de manera discriminatoria, aleatoria y
entrópica, por teléfonos, laptops, tablets, etc..., es bastante relativa la exhibición en “pantalla grande”. Los nuevos
y jóvenes cinéfilos que se interesan por
las películas del pasado las “bajan” del internet. Usualmente están dobladas al español, en copias infames, que miran a través de su accesorio porque
ya no se usan las reproductoras de vídeos. No poseen una sistematización histórica
ni cronológica ni tienen idea de las constantes cinematográficas, ideológicas,
temáticas, de directores. Carecen de los datos que solamente consiguen a través
de Wikipedia y se vuelven repetidores de frases y estereotipos de otros jóvenes
o influencers cuyo bagaje y
conocimiento resulta ser el mismo de ellos, con dudosas referencias. Por supuesto que estoy
generalizando, pero las excepciones, por desgracia, son pocas. El público
actual consume “lo nuevo” con una rapidez que no permite la reflexión ni la
permanencia. La crítica no es tomada en cuenta (porque se ha vulgarizado) y se confunde con estrellitas o una respuesta de sí o no, sin mayores implicaciones.
E insisto con la paradójica frase de “a nadie le importa” ya
no solamente con el espectador, sino con el propio distribuidor. Al menos se
proyectan las películas de Bergman en un ciclo retrospectivo, pero están en dos
salas, los sábados y domingos ¡a las once de la mañana! Además, hay otra
exhibición que se agradece, más razonable, los jueves a las 8 de la noche. Mi
experiencia con Persona fue un jueves
donde solamente estuvo una pareja aparte de quien esto escribe. Mi siguiente ocasión
con El silencio ya fueron dos parejas
y otro ser solitario, por lo que de tres pasamos a seis espectadores: ¡doblamos
la asistencia! En una sala de 300 butacas pasamos del 0.01% al 0.02%. A nadie
le importa, pero al menos se exhiben ya que somos ciudad “importante”, valga la
redundancia.
Para quienes
tengan interés:
En Cineteca Nuevo León se logró que pudieran
pasarse estos títulos con las limitaciones que el propio espacio tiene por
estar dentro de Parque Fundidora y en horarios que les dan otras oportunidades relativas
a estas excelentes copias. Consulte la cartelera en www.conarte.org.mx