jueves, 20 de septiembre de 2018

TRAGEDIA PARA REÍR...


EL DÍA DE LA UNIÓN
2017. Dir. Kuno Becker.


         Hace 4 años el actor y violinista Kuno Becker estrenó su ópera prima (Pánico 5 Bravo) y en mi comentario deseaba que no hubiera una “ópera seconda” por el pésimo resultado: una historia de rescatistas en la frontera norteamericana que recogían a un herido del lado mexicano para ser atacados por narcotraficantes que deseaban apoderarse del tipo. En inglés, con actores mexicanos y subtítulos, la cinta era otra copia de modelos norteamericanos con toda la intención de explotarla en mercados internacionales, pero plena de melodrama, lugares comunes, absurdos y ridículos. Luego del fracaso, Becker se dedicó a la televisión en Estados Unidos (la serie Dallas) y ahora reaparece con una cinta producida, dirigida, editada y actuada por él, pero fiel a sí mismo, hay melodrama, lugares comunes, absurdos y ridículos.


         El día de la unión inicia pocos minutos antes del fatídico terremoto del 19 de septiembre de 1985 que provocó la caída masiva de edificios, destrozos habitacionales y de infraestructura, además de muchos muertos y heridos. Max (Kuno Becker), periodista, recoge a su hijo Tico (Ramiro Cid) en el departamento de su esposa Paula (Aurora Papile), de quien está separado. Antes de llevarlo al colegio, Max llega al edificio donde está su agencia de noticias, deja al niño con su perro en el automóvil que estaciona en el sótano dos. Sube al quinto piso y al querer regresar, empieza a temblar. El edificio se derrumba, pero Max logra salvarse. Afuera de los escombros se empiezan a reunir varios voluntarios para iniciar a rescatar sobrevivientes y será con uno de ellos que Mas se enfrentará y obligará a que bajen al sótano para buscar al niño. Lo que sigue será la parte medular, además de otros incidentes menores con los rescatistas y varias nimiedades.


         El rescatista Javier (Armando Hernández) tiene que lidiar con el empistolado Max para buscar la manera de bajar. Hay muchos obstáculos, alguno que otro despeñadero, la bajada por una cuerda de elevador, la rotura de una toma de agua que empieza a inundar el foso del mismo ascensor, el deslizamiento por un ducto de ventilación, el descubrimiento del bebé (vivo) que una secretaria (ya muerta) tenía en la recepción del edificio. Cuando por fin llegan al sótano dos, Javier retorna a la superficie y Max se queda, al encontrar al perro moribundo y al niño herido bajo lozas apretujadas.


         Todo lo que le cuento es elaborado, pero en la película aparece fácil y preparado. No hay una tensión que envuelva a la acción porque todo se ha manejado bajo la sombra del peor melodrama y los personajes reaccionan con tantos altibajos emocionales que todo resulta plano y sin sentido. Y después de todo lo que batallaron para llegar al fondo de este pedazo de hecatombe, el ascenso para Javier con el bebé ni se muestra y logra salir de estas ruinas con toda la facilidad del mundo luego de elevadores, bajadas, resbalones, inundaciones, por lo que la lógica necesaria para un asunto realista, se pierde por completo. No quedan más que dos caminos: o reírse del absurdo o morirse del tedio. Lo terrible es que lo primero no alcanza niveles de delirio por lo que al espectador no le queda más que bostezar. Y, por supuesto que Kuno se escribió el papel del héroe que debe ser exaltado.

Álvaro Guerrero y Mario Zaragoza
en una subtrama metida con calzador

         También está la mala factura de la película: se mezclan imágenes reales en vídeo, tomadas de los noticieros de época, con la filmación contemporánea. Un grave descuido es que en 1985 no había alta definición. En lugar de haber adaptado los vídeos a su formato original dentro de la pantalla panorámica, se exhiben con proyección alargada por lo que las personas aparecen gordas y chaparras, los objetos resultan estirados, apoyando a la inverosimilitud completa, sobre todo cuando la continuidad ficticia se enlaza con la documental. 

Armando Hernández, Ximena Ayala
y el "melenudo" Harold Torres
Gustavo Sánchez Parra, Armando Hernández
y Harold Torres: ellos son las únicas ganancias

         ¿Qué se rescata? De manera muy elemental, las presencias del propio Hernández, además de Gustavo Sánchez Parra (cuyo personaje muere de la manera más truculenta y efectista que sorprende pero provoca la carcajada), Ximena Ayala, Mario Zaragoza, y sobre todo, aunque con pocos diálogos y una cabellera falsa pero ridícula porque tiene aspecto de “ñero” y “naco”, el maravilloso Harold Torres. A todos ellos los hemos visto en mejores películas: aquí son los regalos que se ofrecen al público sometido a la tortura. Gran fracaso. Comprobación de que no debió ocurrir. Ojalá no haya “ópera terza” y Kunito se dedique solamente a actuar y a lucir su buen, ya cuarentón, físico.
Kuno Becker